Mi amarga
experiencia en La
Tabacalera de Santiago (27)
Por Luis Godofredo Pichardo/
Editor de PNS Noticias/ Revistas Nuevo
Mundo/ & Ventana Católica. /Blogspot
Transcurría
el final del año 1982, y todavía no
había sido nombrado por el presidente
Salvador Jorge Blanco, que fue electo presidente constitucional el 16 de
agosto del mismo año, pero no era por falta de voluntad del mandatario, el 15
de agosto, un día antes de juramentarse me preguntó junto al colega Humberto
Olivieras, en donde me gustaría trabajar dentro de su administración, esa
pregunta me frustró y me sorprendió, puesto que yo había acordado con Salvador,
el candidato presidencial, un cargo en la ONU, en la Delegación diplomática de la RD, si el ganaba los comicios.
Este es el viejo edicio de la Tabacalera donde trabajé por once meses |
La historia comenzó de esta manera: Yo
residía en Nueva York, desde hacía muchos años y ejercía el periodismo allí.
Tenía una oficina establecida con más de diez años de vigencia y en uno de los
viajes promocionales que el Dr. Jorge Blanco realizó a la gran metrópoli, me
contactó a través de unos de los dirigentes del Partido Revolucionario
Dominicano (PRD), y me mandó a buscar para que fuera a verles en el hotel donde
se hospedaba.
En ese encuentro, un saludo de rigor, y me
preguntó por mi familia, de inmediato, entró en materia, porque tenía mucha gente en la antesala que
quería hablar con él. Me dijo, como ve
mi candidatura, y le respondí sin titubeos, muy bien doctor, y estoy convencido
de que usted es el próximo presidente,
entre otros dirigentes estaban presentes: Rabel Trinidad, Román Rodríguez y
Cotubanamá Dipp.
El presidente Salvador Jorge Blanco, a quien siempre admiré y sigo reconociendo como mi líder político |
Me dijo, te necesito junto a mí; y le respondí, cuente conmigo. Me voy de
regreso al país cuando usted me lo pidas. Estando convencido de que íbamos a
ganar las elecciones, aproveché otro viaje del Dr. Jorge Blanco y le comuniqué
que estaba listo para regresar y me respondió que contara con él en todo.
Regresé de Nueva York en plena campaña electoral y me integré de
inmediato, a realizar el trabajo que yo sé hacer, a escribir y perifonear por
la radio y la TV a
favor de nuestro candidato.
A las pocas semanas, Salvador me mandó a
llamar y en su residencia de Santiago, me preguntó que cómo me sentía y que
necesitaba. Le respondí que me sentía feliz trabajando por el futuro presidente
de nuestra nación.
Volvió a preguntarme que necesitaba para mí y
mi familia, le dije, presidente, traje un dinerito y con él me estoy
desenvolviendo y cuando puedo ayudo a algunos de los compañeros. No tienes que
gastar tus ahorros, voy hablar con los muchachos para que te asignen una ayuda,
le dije de nuevo, no compañero, mejor
que se utilice esa ayuda en la campaña.
Ahora bien, compañero, quiero dejar claro con
usted, que vine ayudar en su campaña,
pero si usted gana, como va a ganar, yo aspiro a que usted me designe en la Embajada dominicana antes
las Naciones Unidas, y deseo que me dé la seguridad ahora, porque si no cuento
con eso, tendría que volver a mi oficina en Nueva York. Pichardo, eso es un
hecho, un compromiso, tú crees que vamos a ganar, eso lo tengo por seguro.
El 15 de agosto cuando ya los vehículos
tenían los motores encendidos rumbo al Palacio Nacional, junto a su esposa doña
Asela, nos instó al colega Humberto Olivieras,
y a mí a que le dijéramos rápido sobre nuestras aspiraciones.
Donde queríamos ser
designados, ya anteriormente me había dicho que le diera una oportunidad, que
no podía designarme en la ONU,
porque tenía muchos compromisos, con gentes que hicieron grandes aportes, pero
que contara con un cargo en el exterior en los próximos meses.
Presidente, yo voy donde usted me designe,
Humberto, le dijo que quería estar cerca de él en la capital. Asela, dame una
libreta, y escribió un mensaje a José Cabrera, nos instó a que le visitáramos y
que nos nombrara en los cargos que nosotros aspirábamos, nos invitó a la
juramentación, diciéndonos mañana nos vemos en el Palacio.
Cuando llegamos al despacho
del politólogo, nos dijo, que Salvador
era el presidente en el Palacio Nacional, pero no era dueño de los cargos
públicos de La Tabacalera
u de otros departamentos de la administración pública.
Regresamos con las manos vacías del despacho
de Cabrera, pero le ofreció a Humberto un puesto en Radio TV dominicana de
reportero, cuando el colega Olivieras
fue allí y vio lo deplorable de la situación, salió huyendo, luego fue designado en el Banco
de Reservas, en el Departamento de Publicidad y Relaciones Publicas.
Yo regresé a Santiago y me mantuve tranquilo
y sereno, en un próximo viaje del presidente a la ciudad, preguntó que si yo estaba trabajando en La Tabacalera, como el
había ordenado, le informaron que no me habían aceptado como director de
publicidad.
Como de costumbre yo estaba tomándome mi
cerveza en el restaurante Antillas de la 30 de Marzo y de pronto llegó Pedrito
Jorge, sobrino del presidente Salvador Jorge Blanco, y me dijo, Pichardo, vamos, que el presidente
te mandó a buscar.
Cuando llegamos a la casa Salvador, estaba un poco agitado y rápido como siempre,
me dijo, Pichardo, como estás, bien, presidente, a Dios gracias.
Que fue lo que pasó con el cargo que te dí,
bueno en la Tabacalera
me dijeron, lo mismo me dijo José Cabrera, que usted no era el dueño de esa
empresa y que ese cargo lo tenía un honorable de Vella Vista, el músico Papín
Feliu.
Estaba con nosotros José María Díaz, que era
diputado y cercano colaborador del presidente. José María, quiero que vaya
mañana con Pichardo a la
Tabacalera y me lo instale en el cargo, cuente con eso
presidente, y al otro día cuando llegamos, había un mamarracho mocano, de administrador y se armó el
avispero, todo cambió y se multiplicaron las atenciones, pero me
humillaron y me convencieron para que
tomara un cargo de subdirector de publicidad exterior.
Le dije a Tilía, que para no mortificar más
al presidente iba a tomar el cargo por
dos o tres meses, no cumplí, llegué a cerca de once meses, me trataron con
mucho respeto, pero me aislaron totalmente de la directriz principal. Desde que
asumí el cargo de segunda categoría, hice saber que ni me interesaba el dinero del
sueldo y mucho menos la asignación de cigarrillos que daban a todos los
funcionarios.
Como quiera, me enviaban los cartones de
cigarrillos a mi oficina, lo tuve regalando a una familia pobre en el ensanche
Bolívar y a otras personas necesitadas,
el salario lo distribuía entre un grupo de compañeros y personas necesitadas
que me visitaban los días de pago. Me seguía manteniendo con mis propios
recursos.
Mi paso por la Tabacalera fue un vía
crucis y un infierno a la
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