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viernes, 24 de octubre de 2014

Las Memorias Periodísticas de Don Godo: (5)



Las Memorias Periodísticas de Don Godo (5)
Un accidente en Bonao que me puso en la antesala de la muerte
Por Luis Godofredo Pichardo/ Editor de PNS Noticias/Revista Nuevo Mundo & Ventana Católica. Blogspot.Com

  Regresando de Santo Domingo a Santiago en la tercera semana de junio de 1965, en un carro chevrolet nuevo,  junto a dos pasajeros más, tuvimos un aparatoso accidente en la carretera Duarte, a la altura del puente de Yabucoa, es decir,  como tres kilómetros de distancia de la ciudad de Bonao.
  Había ido a recoger mi pasaporte ya visado a la Embajada venezolana, estaba acompañado de mi amigo René, y una señora anciana que abordó el vehículo en la zona desmilitarizada, que fue donde lo abordamos nosotros también. La sede de la Embajada estaba localizada en la avenida Bolívar, en plena zona de acción militar de los rebeldes que combatían las fuerzas de ocupación extranjera.
En este modelo de chevrolet  viajábamos el día del aciidente
A ese sector no se permitía que entrara ningún vehículo, a menos que no fuera militar e identificado plenamente con la Revolución. En otra palabra,  se necesitaba un permiso revolucionario para transitar por la zona colonial o Ciudad Nueva, que era como se identificaba el área militar que ocupaban los militares y civiles constitucionalistas.
  Ese día después de salir de la sede diplomática sudamericana, hice una parada en un comando militar que pertenecía a los combatientes de Santiago, había más de uno, pero yo tenía un recado para uno de los comandantes de ese pelotón que le habían enviado desde Santiago.
  No era mi día de suerte. Aunque ya portaba mi pasaporte y sabía que si salía vivo de allí, pronto viajaría hacia Venezuela, después de conversar con el compañero revolucionario, me dirigí a la zona desmilitarizada saliendo por la avenida Mella e ingresando a la avenida Duarte.
Gen. Bruce R. Palmer, 1965.jpg
Un marine USA fue el que puso la bota al cuello
  Buscábamos hacer contacto con el chofer del chebrolet que nos introdujo a la capital, habíamos establecido un lugar y una hora tope para encontrarnos.  Caminábamos a pie por la vía de la avenida cuando de pronto escuchamos el tableteo de las ametralladoras y nos vimos atrapado entre el fuego de ambos bandos, pasó el tiroteo y escuché que habían utilizado fuego de  mortero y calibre 50.
  Creía que ya el peligro había pasado. Pero fue a partir de ahí que el día se nos complicó, estando frente a un restaurante en la avenida Duarte, tratamos de burlar la alambrada de acero que utilizaban las tropas de invasión para contener a  las tropas revolucionarias y contraria al ejército norteamericano y ya habiendo pasado por debajo de una pasarela o pasaje que habían improvisado los soldados USA, cuando vine a reaccionar y tratar de pararme tenía una bota militar cerca del cuello, muy próximo a la cabeza, y lo único que escuché fue un lenguaraje imperceptible, como me estaba presionando la bota, traté de zafarme y lo hice.
  Apareció un soldado con identificación de Costa Rica (ya la FIP) estaba  a cargo de la seguridad en esa zona, y me dijo,  usted está vivo de casualidad, ese marinero tuvo a punto de romperle el cuello. Y luego de excusarse me dijo que llevaban días sin dormir ni descansar. Mi amigo René no se  arriesgó a  cruzar la pasarela improvisada  y yo le pedí al soldado que lo  dejara pasar que íbamos para Santiago.
  Un chequeo riguroso y peligroso. Encontramos al chofer que ya nos esperaba, abordamos y más adelante encontramos a la señora que sería nuestra acompañante de viaje.
  Al salir de la capital con muchos obstáculos y muy asustados comenzamos el periplo de la carretera Duarte,  27 puestos de chequeo militares y en todos y cada uno de ellos teníamos que identificarnos.
  Una lluvia torrencial acompañada de fuertes vientos.  Llegando a las inmediaciones de Bonao, donde comienza la plantación arroz, comenzó a llover torrencialmente, un fuerte viento quitó la visibilidad al chofer y cuando vinimos a reaccionar estábamos en medio de un arroyo desbordado de agua por una repentina creciente y el carro hundiéndose, nos habíamos volado un puente en medio de la autopista y caímos al precipicio a varios metros de altura.
  Gracias a Dios y a la Virgen de la Altagracia, todos salimos ilesos, aunque con dolencia corporal y golpes curables antes de los 30 días. Ese fue el diagnóstico médico en el hospital de Bonao donde fuimos llevados en una ambulancia.
  A la pasajera, que nos acompañaba se le  rompieron tres costillas y una pierna y otras laceraciones menores. René recibió algunos golpes en el cuerpo y en la cabeza, al igual que yo, un rasguño,  en la frente, pero el susto fue tremendo.
  En el medio del río, la corriente de agua condenó las puertas del carro y no podíamos salir, bajó un buen samaritano desde la autopista y logró abrir una de las puertas y nos sacaron a todos, al chofer se le rompió el pecho y su carro, que quedó despedazado.
  Cuando volamos por el aire, escuché la exclamación Virgen de la Altagracia, sálvanos, creo que su intervención nos salvó la vida, porque todo el que llegaba a ver el accidente, lo primero que preguntaba era,  cuántos muertos hay, ningunos, y con asombro no lo creían, todavía varias semanas después René creía que estaba muerto, o que había resucitado.@

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