Las Memorias Periodísticas de
Don Godo (5)
Un
accidente en Bonao que me puso en la antesala de la muerte
Por Luis
Godofredo Pichardo/ Editor de PNS Noticias/Revista Nuevo Mundo & Ventana
Católica. Blogspot.Com
Regresando de Santo Domingo a Santiago en la
tercera semana de junio de 1965, en un carro chevrolet nuevo, junto a dos pasajeros más, tuvimos un
aparatoso accidente en la carretera Duarte, a la altura del puente de Yabucoa,
es decir, como tres kilómetros de
distancia de la ciudad de Bonao.
Había ido a recoger
mi pasaporte ya visado a la
Embajada venezolana, estaba acompañado de mi amigo René, y
una señora anciana que abordó el vehículo en la zona desmilitarizada, que fue
donde lo abordamos nosotros también. La sede de la Embajada estaba localizada
en la avenida Bolívar, en plena zona de acción militar de los rebeldes que
combatían las fuerzas de ocupación extranjera.
En este modelo de chevrolet viajábamos el día del aciidente |
Ese día después de salir de la sede diplomática
sudamericana, hice una parada en un comando militar que pertenecía a los
combatientes de Santiago, había más de uno, pero yo tenía un recado para uno de
los comandantes de ese pelotón que le habían enviado desde Santiago.
No era mi día de suerte. Aunque ya portaba mi pasaporte y sabía que si salía
vivo de allí, pronto viajaría hacia Venezuela, después de conversar con el
compañero revolucionario, me dirigí a la zona desmilitarizada saliendo por la
avenida Mella e ingresando a la avenida Duarte.
Un marine USA fue el que puso la bota al cuello |
Creía que ya el
peligro había pasado. Pero fue a partir de ahí que el día se nos
complicó, estando frente a un restaurante en la avenida Duarte, tratamos de
burlar la alambrada de acero que utilizaban las tropas de invasión para
contener a las tropas revolucionarias y
contraria al ejército norteamericano y ya habiendo pasado por debajo de una
pasarela o pasaje que habían improvisado los soldados USA, cuando vine a
reaccionar y tratar de pararme tenía una bota militar cerca del cuello, muy
próximo a la cabeza, y lo único que escuché fue un lenguaraje imperceptible,
como me estaba presionando la bota, traté de zafarme y lo hice.
Apareció un soldado con identificación de
Costa Rica (ya la FIP)
estaba a cargo de la seguridad en esa
zona, y me dijo, usted está vivo de
casualidad, ese marinero tuvo a punto de romperle el cuello. Y luego de
excusarse me dijo que llevaban días sin dormir ni descansar. Mi amigo René no se arriesgó a
cruzar la pasarela improvisada y
yo le pedí al soldado que lo dejara
pasar que íbamos para Santiago.
Un chequeo riguroso y peligroso. Encontramos
al chofer que ya nos esperaba, abordamos y más adelante encontramos a la señora
que sería nuestra acompañante de viaje.
Al salir de la capital con muchos obstáculos
y muy asustados comenzamos el periplo de la carretera Duarte, 27 puestos de chequeo militares y en todos y
cada uno de ellos teníamos que identificarnos.
Una lluvia torrencial
acompañada de fuertes vientos.
Llegando a las inmediaciones de Bonao, donde comienza la plantación
arroz, comenzó a llover torrencialmente, un fuerte viento quitó la visibilidad
al chofer y cuando vinimos a reaccionar estábamos en medio de un arroyo
desbordado de agua por una repentina creciente y el carro hundiéndose, nos
habíamos volado un puente en medio de la autopista y caímos al precipicio a
varios metros de altura.
Gracias a Dios y a la Virgen de la Altagracia,
todos salimos ilesos, aunque con dolencia corporal y golpes curables antes de
los 30 días. Ese fue el diagnóstico médico en el hospital de Bonao donde fuimos
llevados en una ambulancia.
A la pasajera, que nos acompañaba se le rompieron tres costillas y una pierna y otras
laceraciones menores. René recibió algunos golpes en el cuerpo y en la cabeza,
al igual que yo, un rasguño, en la
frente, pero el susto fue tremendo.
En el medio del río, la corriente de agua
condenó las puertas del carro y no podíamos salir, bajó un buen samaritano
desde la autopista y logró abrir una de las puertas y nos sacaron a todos, al
chofer se le rompió el pecho y su carro, que quedó despedazado.
Cuando volamos por el aire, escuché la
exclamación Virgen de la
Altagracia, sálvanos, creo que su intervención nos salvó la
vida, porque todo el que llegaba a ver el accidente, lo primero que preguntaba
era, cuántos muertos hay, ningunos, y
con asombro no lo creían, todavía varias semanas después René creía que estaba
muerto, o que había resucitado.@
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